LO QUE EL COVID SE ESTÁ LLEVANDO DE NUESTRA CULTURA

La I Guerra Mundial pilló a los europeos escasamente preparados: las mujeres llevaban vestidos que les llegaban hasta el suelo y los caballeros gastaban espesas barbas y descomunales mostachos. Pero la vestimenta femenina iría cambiando -y subiendo- a medida que las mujeres se implicaban activamente en la lucha contra el enemigo, fuera como enfermeras o en las fábricas de armamentos, entre otras muchas actividades que desempeñaban fuera del hogar. En cuanto a las barbas, desaparecieron de la noche a la mañana, pues eran del todo incompatibles con las máscaras de gas requeridas una vez iniciada la utilización de armas químicas como el gas mostaza.

Aquella generación de europeos emergió totalmente transformada de la contienda y la terrible pandemia que le siguió, y estudiar ahora lo que ellos experimentaron nos puede dar pistas sobre la fuerza transformadora de la covid que nos está marcando un antes y un después en tantísimas facetas de nuestras vidas. Pero este virus no se limita tan sólo a modificar nuestros hábitos y costumbres, sino que dispara a matar contra nuestra cultura e incluso nuestra civilización. Tal es el ahínco que pone en el empeño, que ni un diabólico enemigo extraterrestre sería capaz de idear una agresión tan devastadora.

La covid ha acelerado la digitalización de casi todo, al tiempo que ha ido vaciando calles, plazas, teatros, cines, bares, restaurantes, discotecas, escuelas, iglesias, universidades, museos, bibliotecas, estadios, circos, parlamentos… y hasta ha logrado poner puertas al campo y ha vallado las playas. Por otro lado, ha ido llenado hospitales, ucis y cementerios, amén de llenarnos de incertidumbre, miedo y trastornos psicológicos de toda índole.

Ahora bien, también nos ha permito recuperar, al menos en algunos casos y seguramente sin querer, ciertas cosas olvidadas del pasado, pese a la adicción colectiva a Netfix o la proliferación de noticias falsas y trolas en las redes y los medios de comunicación. Sin ir más lejos, nos ha revelado la vigencia de Albert Camus, el Nobel francés nacido en Orán que murió demasiado joven pero no antes de dejarnos La peste, novela, como estamos viendo, premonitoria.

Camus ejercía también como un combativo periodista que no se amilanaba a la hora de llamar las cosas por su nombre, ocurrencia ésta que no caían nada bien entre las filas lideradas por Sartre y Cía, que de todos modos acabarían vendiendo humo con vitola de Mao. En plena ocupación nazi, escribió Camus desde la Resistencia un par de frases citadas hace poco por Manuel Vicent (El País, 27.02.21): “Algunas veces pienso en lo que los historiadores del futuro dirán de nosotros. Una sólo frase será suficiente para definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos”.

Pues bien, ahora, en plena pandemia, ni el uno ni el otro; o en el mejor de los casos, con cuentagotas. Sin ir más lejos, los jóvenes, encerrados en casa, tiran de lo digital para la la práctica de ambas actividades, sin tener idea de la experiencia sensual que significa sostener entre las manos un buen periódico, máxime estando sentado en la terraza de un bar rodeado de bullicio callejero. Pero en el París de la covid queda cada vez menos de la capital de IV República que se pateaba Camus. Incluso hay quien se dedica a borrar de sus fotos el pitillo que solía sostener entre los labios, y muy pobremente a censurar su relación con las mujeres.

Con todo, aún hay prensa impresa, incluso en París. Y es de agradecer. Luis Buñuel remata Mi último suspiro, un maravilloso libro de memorias que tuvo a bien publicar poco antes de morir, con una confesión, lo que no está nada mal viniendo de un hombre que en una ocasión se declaró ateo por la gracia de Dios. Es ésta:

“Pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.”

Aún es pronto para saber qué dirán de nosotros los historiadores. Entretanto y teniendo en cuenta que Buñuel murió en 1983, dentro de poco le tocará a don Luis su cuarta visita al quiosco. Que se vaya preparando.

Marzo-Abril 2021

Comparte esta noticia en redes:

Facebook
X
LinkedIn
WhatsApp
Imprimir

PODRÍAS ESTAR ANUNCIADO AQUÍ

Anuncia tu negocio HOY.
Últimas Noticas
Categorías

Suscríbete al Newsletter

Sigue informado de las últimas noticias.